Archivos Mensuales: enero 2024

Poder popular y transformación social


Si en la entrega anterior me referí a la organización ciudadana desde la perspectiva de actores (radicales) partidarios de una democracia representativa en crisis, en esta lo haré desde la situación de los actores colectivos populares.

Si hablo del pueblo como un conjunto de actores colectivos, ¿cuál podría ser la diferencia con quienes invocan al pueblo, pero lo hacen desde la normalidad del sistema político vigente y quienes, como nosotros, actúan como opositores al statu quo?

De la normalidad a la protesta

En el primer caso hay poco que explicar; quienes asumen la acción popular desde la normalidad, aceptan dicha acción desde y en las instituciones del orden establecido. Cambiar las instituciones es establecer un equivalente funcional que operan con igual o con más eficiencia en el ámbito de la normalidad.

Cuando el sistema social opera en detrimento de un conglomerado humano y afecta la normalidad de su vida, el miedo obliga a aquellos a actuar, primero para recuperar la normalidad perdida y después contra quienes se atribuye la responsabilidad de la afectación. Lo anterior desatará la acción bajo demandas contestatarias que podrían ser satisfechas o no. A eso le llamo protesta social, que es la forma del actuar colectivo más común y que con frecuencia se reconoce como un síntoma de que el sistema social no está funcionando bien.

La protesta tiene potencial para provocar reformas que eviten que el sistema afecte su propia normalidad, puede ser, por ejemplo, que se «aplique la ley» para que se respeten los derechos, o crearlos, si no existen para beneficiar a quienes lo reclaman. Las demandas contestatarias y la narrativa en la que se insertan en los procesos de comunicación de los sistemas de protesta producen múltiples efectos, uno de ellos es el crear identidad en las personas que participan en él; esto es, el sentido de pertenencia y la emoción de hallarse entre hermanos en la lucha. Esto último es importante, porque el pueblo en situación de rebeldía es un conjunto de esos grupos identitarios que actúan como colectivos solidarios entre sí. La unidad de ese bloque de movimientos de protesta identitarios nunca está garantizada y es precisamente la tarea de los revolucionarios fomentar su unidad y orientarlos hacia la transformación de aquello que es esencial para superar una problemática que puede ser muy diversa.

De la reforma a la revolución

La protesta es una respuesta colectiva de reclamo por la normalidad afectada. La idea de normalidad es muy dañina, aunque tiene la ventaja de permitirnos dar cuenta de la situación en la que vivimos, comprenderla y aceptarla sin chistar. Por otra parte, la experiencia o el conocimiento nos permiten comparar otras sociedades con la nuestra, y apreciar que existen otras formas de vivir en comunidad. Bajo esa perspectiva nuestra normalidad comienza a ser cuestionada y puede impulsar la lucha por reformas del orden social establecido.

No obstante, el puro conocimiento o la experiencia individual no bastan, otros colectivos humanos que viven la ilusoria normalidad que les impone el sistema, no podrán siquiera entender que existe otra manera de vivir en sociedad. La historia de la humanidad nos muestra cómo, en algunos países fue necesario esperar a que ciertas condiciones maduraran para que por fin muchos se atrevieran a exigir cambios radicales.

Para llegar a esa conciencia de la necesidad de radicalizar los cambios sociales, al parecer depende de ciertas condiciones: un aprendizaje social acerca de que las reformas sociales son posibles sólo en aquello que no es esencial en operación del sistema social vigente. En otras palabras, en un orden social determinado, las reformas sólo son posibles en los ámbitos de función adjetiva de dicho orden social; nunca en las funciones esenciales.

Así, por ejemplo, en el modo de producción capitalista son rechazadas todas las reformas sociales que afecten la propiedad privada sobre los medios de producción, que la fuerza de trabajo pueda ser convertida en mercancía, que la extracción de plusvalía se mantenga, al igual que la apropiación privada de ganancia y la mercantilización continua de todo tipo de riqueza o satisfactor. Cualquier reforma que atente, directa o indirectamente contra lo anterior, será duramente reprimida; en cambio, en aspectos como la formación democrática de gobiernos, el respeto a la ley y a los derechos, el mejoramiento relativo del bienestar, la seguridad e integridad nacional, etc., son reformables y tendrán como límite no afectar las relaciones sociales esenciales para el capitalismo.

Lo anterior es lo que podríamos llamar la «normalidad» capitalista, la cual la educación en todas sus modalidades se encargará de introducir en la mente y el cuerpo de los individuos y por tanto en la vida colectiva de los seres humanos, la dinámica de la normalización es lo que Norbert Elias llamó proceso civilizatorio.

Los procesos educogénicos, de los cuales la sociología destaca los psicogenéticos y los sociogenéticos, operan en la comunicación como formas de socialización en las formaciones socioculturales. Este tipo de «normalización» es difícil de combatir, y sólo con el pensamiento crítico, la teoría científica social y la organización revolucionaria se puede superar.

Sistema, organización y transformación

El sistema social humano tiene tres grandes dimensiones y sus respectivos horizontes: el modo de producción, el modo de convivencia y el modo de conocer.

El modo de convivencia es la base de los otros dos, ya que es la manera en cómo la especie Homo Sapiens se reproduce y cuida de su descendencia en un cierto orden colectivo que implica cierta forma de ejercicio del poder.

El modo de convivencia tiene como núcleo en nuestra especie a la relación madre-hijo, entorno de la cual se establecerán las condiciones y relaciones para que los críos humanos puedan llegar a la adultez y sustituir a los ancianos y a los muertos. En esta dimensión se establecen las formas de practicar la sexualidad, para efectos reproductivos o lúdicos y otras instituciones como el arte, la religión, la lengua, el derecho y la forma de ejercicio del poder, entre otras esferas.

El modo de producción es la manera en cómo nuestra especie se acopla con la naturaleza circundante para obtener de ella los satisfactores de nuestra necesidades o deseos. Esta dimensión incluye la distribución, circulación y consumo de los bienes producidos, no necesariamente mediante eso que llamamos mercado. Su núcleo es la forma de propiedad sobre los medios de producción.

Tanto los modos de convivencia y producción suponen el uso y la fabricación de herramientas y saberes relativos a lo que constituye nuestro entorno; por eso emerge como una práctica colectiva el modo de producir conocimientos, es decir, saberes para aprovechar aquello que la naturaleza ofrece en potencia para satisfacer nuestras necesidades o deseos. Saberes para fabricar las herramientas que hagan posible que el trabajo humano convierta en riqueza aquello que la naturaleza ofrece y saberes para desplazarse con seguridad en el territorio de nuestro entorno que en un principio son espacios ignotos. El núcleo del modo de producir conocimientos es el método y sus condiciones de aplicación, en otras palabras, la forma de racionalidad que se adopta para llegar a comprender y actuar sobre la realidad.

Cada tipo de civilización establece modos de convivencia, de producción y de conocimiento que interactúan entre sí afectándose unos a otros mediante la acción y el aprendizaje social humano y en menor medida por la acción y el aprendizaje individual. Esto último, que distingue entre lo colectivo y lo individual, se debe al tipo de sociabilidad humana en la que el papel del individuo juega un papel, a diferencia de otros animales sociales; como las hormigas, las abejas, las termitas, donde los individuos son sólo componentes de un super organismo.

La individualidad humana es básica para la reproducción biológica de nuestra especie, pero no para su reproducción social. Esta afirmación exige una explicación sobre la naturaleza humana que no podré abordar en este breve espacio.

Con el esquema anterior, el lector podrá comprender que los procesos educogénicos operan en las tres dimensiones internalizando los ideales de una civilización que constituyen sus horizontes. Por lo anterior el proceso de normalización del sistema social es profundo, difícil de erradicar, pero no imposible de transformar.

Llego ahora a un momento importante en mi argumentación: a diferencia de las reformas, las revoluciones intentan modificar los núcleos civilizatorios de las dimensiones de una sociedad determinada en el tiempo y en el espacio. Hasta ahora, en la historia nunca ha habido una revolución cuyo actor sea un colectivo humano que la provoque en las tres dimensiones que he mencionado, sin embargo el cambio social se ha producido, eso es innegable, pero se ha hecho por efecto de la evolución social, es decir, gracias, en parte, al azar en el devenir de la sociedad.

En el siglo XIX los revolucionarios pensaron que era posible llevar a cabo una revolución a escala planetaria, pero se hacía bajo la idea de que sólo había que revolucionar el modo de producción capitalista. Las otras dos dimensiones no se abordaban o se hacían desde perspectivas diferentes. Ahora sabemos que la revolución debe pensarse en términos de las tres dimensiones y que, desde el conocimiento actual, requiere de un tipo especial de organización, tiempo y resistencia. La gran ventaja es que hoy podemos establecer los tres horizontes que habrán de guiar a las actuales y a las futuras generaciones de revolucionarios.

Fenomenología de la revolución

La gestación de los procesos revolucionarios comprenden  períodos históricos de largo alcance, pero  que explotan en un determinado momento no para culminar, sino para iniciar la transformación social de forma consciente. Las condiciones que hacen esto posible son en parte las que propone Theda Skocpol. La autora señala que la revolución emergente es posible en el momento de una marcada debilidad de un gobierno, bajo condiciones internacionales que impiden sostener el régimen político, pues mientras algunos gobiernos extranjeros apoyan su permanencia  otros se esfuerzan por su caida, en un proceso internacional que Gustavo Bueno llamó dialéctica de Estados.

La tesis de Skocpol deja en segundo plano a los actores revolucionario como si la posibilidad de su actuación dependiera completamente de las condiciones estructurales tanto internas como internacionales, pero no es así.

Skocpol tiene en parte la razón, pero el proceso revolucionario es también la respuesta de los actores humanos cuya normalidad está rota e intentan imponer la propia, pero que por lo regular son derrotados; Armando Bartra sostiene lo anterior pero no obstante, dice,  triunfan en la memoria de los pueblos, entonces esa memoria, a la larga, se convierte en conciencia de cambio que gradualmente va introduciendo reformas sociales, económicas, políticas y legales hasta que provocan una transformación no prevista, que desata la revolución.

Lo frecuente es que las opciones de cambio social no se queden sólo del lado revolucionario, sino que emerjan otros actores sociales que quieran aprovechar la caida estrepitosa del viejo orden social. Cuando el sistema colapsa la caída ocurre de modos diferentes, pues mientras que en las metrópolis imperiales, como los Estados Unidos de Norteamérica, la caída puede ser tan suave como inevitable, en la periferia la caída es brutalmente libre, newtoniana. Frente a esta caída existen al menos tres opciones:

La primera nos dice que Occidente logrará recomponer sus relaciones con sus periferias pobres y que finalmente los beneficios de la modernidad se impondrán en el mundo.

La segunda postura habla de una regresión generalizada de la modernidad que ataca a Europa personificada en el Islam, el Magred y la pobreza. Una regresión que en América hostiga a los Estados Unidos de Norteamérica desde el sur, que terminará desarticulando al coloso del norte.

Una tercera postura anuncia una polarización del mundo en la que las grandes potencias construirán muros virtuales o reales, para contener la ola de miserables del sur que, en su desesperación por salvarse, intentarán encontrar refugio en las metrópolis pujantes de lo que quede del neoliberalismo. Esta visión apocalíptica sólo puede ser representada con menor o mayor crudeza en nuestra imaginación, nos dice  Sergio Zermeño.

Si bien es cierto que las ciencias sociales no pueden reducirse a una profesión de campo como la medicina o las ingenierías, es urgente que se le dé prioridad a la aplicación de los saberes de aquellas en lugar se insistir en la comprensión de las rupturas del orden social. En otras palabras,insiste Zermeño, hay que pasar de la idea de movimiento popular de confrontación, a la idea de reconstrucción social, y con ellos avanzar en la articulación comprometida de los saberes universitarios para la reconstrucción de lo regional.

A estas tres adjetivaciones de la transformación revolucionaria hay que agregarles que algunos movimientos sociales no forman parte del sistema vigente,nos recueerda John Holloway, por elcontrario, operan fuera de él y bajo  otro tipo de relaciones sociales, porque los agresores no son ni el gobierno, ni los ricos, es el capital porque sustituye las relaciones humanas por otras donde el intermediario es el dinero.

Los tres frentes de la lucha revolucionaria

En resumen, el proceso revolucionario consiste en la transformación de al menos una de las dimensiones de la sociedad humana, pero esto lleva mucho tiempo y puede confundirse con la propia deriva evolutiva de la sociedad. Los procesos de lucha y resistencia se combinan con la educación mediante: la fiesta de la memoria y los procesos de transformación en el presente que hacen ver que la fiesta de la memoria como no es estéril, sino prefigurativa cuando se aplica, y con esto es posible operar fuera del sistema; estos procesos de transformación esperan el suficiente debilitamiento sistema para la emergencia violenta de las fuerzas revolucionarias organizadas, porque si no existieran, el colapso llevaría al renacimiento del sistema opresor.

De modo que tenemos planteados los tres frentes del proceso revolucionario:

  1. La fiesta de la memoria que juega el papel de psicogénesis del cambio.
  2. La transformación parcial e incompleta del presente que anuncia la nueva realidad social que opera como su prefiguración y finalmente
  3. La insurrección organizada que puede ser violenta o no.

En los dos primeros frentes la opción de construir un poder dual puede jugar un papel importante ante la crisis del poder instituido, pero aún y con el derrumbe del sistema opresor la tarea continúa en terrenos más complejos.

Al final la emergencia de gobiernos revolucionarios vuelve a estar sujeta a las condiciones de Skocpol y su avance dependerá de su estabilidad, por eso es importante que en los gobiernos revolucionarios se ponga mucha, pero mucha atención a los procesos educogénicos que son los que consolidan los cambios en el sentido de dar paso a un nuevo proceso civilizatorio. Así, mientras el sistema político es transformado se procederá a los cambios en el modo de producción, el modo de convivencia y el modo de conocer, la simultaneidad de estas transformaciones revolucionarias dependerá del nivel de desarrollo de las fuerzas productivas como lo pronosticó Karl Marx. Finalmente, el gobierno establecido entrará en crisis y el ciclo se repetirá; y este ciclo de revoluciones es lo que le da sentido a la idea de resistencia.

No hay en el proceso revolucionario otra solución que la que ofreció el mismo Karl Marx:

En una entrevista con el periodista John Swinton en 1880, éste le pregunta a Marx, cuál piensa que sea la ley última del ser. Marx contestó después de una breve reflexión: « ¿Cuál es la ley?…, ¡La lucha! Ella misma.. ¡la lucha!» ( citado por Musto, Karl Marx, 1818-1883. El último viaje del Moro.)

¿Qué significa esto sino la continua resistencia en cualquiera de sus formas? Marx fue más allá de la ontología de la revolución para dejar entrever que se refería a la naturaleza misma del ser humano una vez que abandona la prehistoria; la condena de revolucionar o perecer.