Archivos Mensuales: junio 2022

Dení y el dilema del presidente


Flor en otomí (2012). Documental.Directora: Luisa Riley.

La Comisión de la Verdad

El 9 de diciembre de 2021 en Chihuahua, el presidente de la república, Andrés Manuel López Obrador, instaló la Comisión de la Verdad cuya finalidad será el acceso a la verdad, el esclarecimiento y el impulso a la justicia por las violaciones graves a los derechos humanos cometidas de 1965 a 1990. El propósito reiterado de dicha comisión fue conocer la verdad sobre las desapariciones de personas y encontrar a los responsables.

Meses después, el 22 de junio de 2022 la prensa nacional informó sobre el inicio formal de los trabajos de la Comisión de la Verdad, encargada de conocer los hechos con apego a la realidad, sobre los asesinatos, las desapariciones y violaciones a los derechos humanos de 1965 a 1990 durante la llamada Guerra Sucia en México. 

Su primera tarea sería solicitar a las dependencias del gobierno federal toda la documentación existente al respecto, entrevistar a testigos, escuchar testimonio, obtener información de fuentes secundarias para corroborar ciertos hechos, etc. etc.; finalmente y con toda esa información construir un relato de lo acontecido durante la Guerra Sucia con apego a la verdad e informar de quienes resulten responsables para que finalmente se haga justicia a las víctimas de las masacres, violaciones y desapariciones. Pero ese día 22 de junio, dos procesos estaban por encontrarse y provocar  estridencia por las contradicciones que encerraba el proyecto de la Comisión de la Verdad. 

Los integrantes de la Comisión de la Verdad fueron reunidos en el recinto del  terrorífico Campo Militar número 1, y en él escucharon los discursos oficiales, entre ellos el del  Secretario de la Defensa, general Luis Cresencio Sandoval. Las palabras del militar se sintieron como cubetada de agua fría. El general dijo, palabras mas, palabras menos, que por instrucciones del presidente de la república, Andrés Manuel López Obrador ahí presente,  tenía el honor de informar a la nación, que los militares caídos en combate ( los mismos que masacraron, violaron y desaparecieron a personas por quienes familiares y amigos que reclaman justicia), estarían en la listas de los caídos en cumplimiento de su deber  y por tanto a cuya memoria también habría  que honrar.

¡Los invitados a la reunión quedaron atónitos! Cómo era posible que el presidente de la Cuarta Transformación permitiera que los integrantes de la Comisión de la Verdad sufrieran tamaña afrenta; misma  que por principio violaba una elemental  norma de cortesía y consideración; pero que además comenzaba por tergiversar los hechos materia de investigación.

Los soldados muertos o heridos, si los hubo, son parte de las pruebas de que participaban activamente en el exterminio de la población opositora al régimen represor del PRI de aquellos años;  los soldados no cumplían con su deber, porque su deber entonces y ahora, es el de defender la integridad del territorio nacional, sus instituciones y su población contra enemigos externos, y no asesinar, torturar, desaparecer o violar a  mujeres, hombres, niños y ancianos. Los soldados muertos o heridos no cumplían con su deber, cumplían con las órdenes de sus mandos superiores, que no es lo mismo.

Podría decirse que el secretario general Luis Crecencio Sandoval ofreció  una confesión no pedida que revela su culpabilidad manifiesta: la de intentar empañar la verdad a la Comisión encargada de ponerla en claro. Su declaración no hace otra cosa que confirmar que los soldados muertos o heridos, lo fueron porque obedecía órdenes que manchan su honor de militares.

El caso Dení y la Guerra Sucia

Los mas jóvenes no se imaginan la dimensión sangrienta que se intenta ocultar de la Guerra Sucia en México; quizá una pequeña, breve, pero muy significativa muestra ayude a comprender; me refiero al caso de Dení Prieto Stock, una joven revolucionaria que fue asesinada  y cuya vida y muerte documenta Luisa Riley en la película “Flor en otomí” de 2012. El documental de Luisa Riley, como he dicho, recrea la vida y la muerte de una joven que decide incorporarse a las Fuerzas de Liberación Nacional en octubre de 1973, organización que daría origen al actual Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN).

Dení Prieto Stock nació el 8 de septiembre de 1955 en el seno de una familia de artistas e intelectuales de clase media, donde el ambiente era de crítica e inconformidad contra la injusta realidad del mundo y de México en particular.

El documental muestra cómo en el alma de la pequeña y bella Dení va germinando la rebeldía hasta transformarse en odio contra los opresores; odio en cuyo centro palpita un tierno amor por los pobres y oprimidos del mundo. El breve transcurrir de Dení por el mundo termina el 14 de febrero de 1974 cuando, junto con otros jóvenes, fue asesinada por órdenes de Luis Echeverría Álvarez, cuyos rescoldos aún gobiernan a México. La masacre fue perpetrada por soldados de las fuerzas armadas, semejantes a quienes el general Crecencio Sandoval inscribe en su lista de los caidos en cumplimiento de un supuesto deber. 

El documental de Riley es un homenaje a su amiga asesinada, quien como muchos jóvenes revolucionarios sembraron en nosotros, respeto y admiración por su calidad humana.

El documental se clava en nuestra memoria que mantiene vivo el recuerdo de quienes perdieron la vida por transformar a nuestro país, hombres y mujeres que sin pensar en nada mas que en los otros, sin pedir nada a cambio y en cambio entregarlo todo, perdieron la vida o fueron torturados, como Dení o Flor, como prefieran llamarla, porque Dení significa flor en otomí.

En lo personal me inspira respeto la valentía de Flor y de otros jóvenes de aquellos tiempos. Conocí a varios y tuve la fortuna de ser amigo y compañero de algunos de ellos a quienes aún admiro como a Gabriel Cruz Sánchez, Enrique Santos (el Peluche), Alberto Vásquez (el Gato), Alejandro Millán y a muchos otros, todos ellos luchadores sociales. Algunos fueron desaparecidos o asesinados por el gobierno, otros murieron de males naturales y pocos, creo, siguen con vida y luchando, siempre luchando a pesar y contra todas las adversidades. 

Esa es una de las características de lo que podría llamarse la generación revolucionaria de la segunda mitad del siglo XX, porque fue durante esas décadas desplegaron con fuerza su creatividad, combatividad y su fe en el pueblo trabajador y explotado.Un pueblo que no pocas veces vio con cierto recelo la temeridad de aquellos jóvenes sin alcanzar a comprenderlos del todo o incluso reprobar su conducta, calificándola como imprudente arrebato juvenil.

En cierta forma ese arrojo revolucionario fue un “imprudente arrebato juvenil”, quizá como en el caso de Flor, quien parecía estar ansiosa por tener un arma entre sus manos y comenzar a disparar proyectiles de esperanza que nunca salieron de su imaginario fusil justiciero. Justicieron porque Dení había presenciado la masacre de jóvenes del 10 de junio de 1971 en la Ciudad de México cuando apenas cursaba el primer grado de bachillerato y eso la marcó y su joven conciencia la llevó al camino de la revolución para exigir justicia. ¿Estaría consciente de la posibilidad de su muerte? Me atrevo a afirmar que sí lo estaba, como lo estuvimos muchos. Creo que era una idea romántica de la muerte, una idea que supone que la muerte es una suerte de conciencia eterna siempre presente. 

Lo que no puedo imaginar es qué pensó cuando se le iba la vida a causa de las balas que perforaron su tierno cuerpo de mujer,  y ese no poder imaginarlo  me deprime y me enfurece al mismo tiempo. Es difícil pensar en su sacrificio sin reprocharle su temeridad.

Quizá Dení estaba equivocada porque  la revolución la necesitaba viva  aquí y ahora,  cuando el pueblo necesita tanto de esa juventud arrebatada y justa, aunque se presentara con el cuerpo de una mujer envejecida  ¡que importa!, pero sería una mujer madura, de aquellas que no se dejan engañar por las palabras  de execheverristas, palabras tal vez llenas de buenas intensiones, que dan lugar a serias contradicciones.

Quizás Dení estaba equivocada porque a la muerte no le sigue una presencia etérea y eterna, sino, como en este caso, apenas un breve y doloroso documental que no acaba de mostrar su vida en toda su profundidad y con toda su ternura. 

Quizás Dení estaba equivocada porque la muerte es la ausencia absoluta después de nuestra breve presencia en este mundo. De la eternidad del cosmos venimos y a ella regresamos, de modo que podrá pensarse en que nada hay de heroico en la muerte voluntaria, porque la muerte es un hecho inevitable.

El materialismo revolucionario lleva a quienes lo practican  a estar convencidos de que más allá de la vida no hay nada, ni amor, ni patria, ni Dios, solo el cosmos insondable. ¿Por qué entonces esta Flor en ciernes decidió ofrecer su vida? ¿A qué amor, a qué patria o a qué Dios? 

Quizá se la ofrendó a ella misma en el altar casi místico de su convicción revolucionaria.Tendría que aferrarme a esta convicción para entender que Dení no estaba equivocada como tampoco lo estuvimos muchos de nosotros; fue por el contrario congruente con ella misma, con su amor por los seres de carne y hueso que habitan y sufren en este mundo. Veamos las cosas desde otro ángulo.

El error de un razonamiento como el anterior reside en el punto de partida. No es a Dení a la que hay que cuestionar, sino a sus verdugos. A Luis Echeverría Álvarez que a sus cien años su presencia sigue siendo para nosotros una afrenta, una muestra clara, no de lo injusta que es la vida, sino de lo injusta que es esta sociedad de mierda que nos oprime y que estamos obligados a cambiar. Él y sus esbirros fueron quienes le arrebataron la vida a Flor; no fue ella quien se ofreció al sacrificio, ella, como todos, con seguridad quería vivir y ser feliz y eso se le negó porque en México los rebeldes no tenemos derecho a la existencia; pero lo tendremos a pesar de quienes nos oprimen.

El documental «Flor en otomí» es un dolor en la memoria, pero nos da también la ocasión para refrendar nuestro compromiso con el cambio social, con la revolución. En México y en el mundo se viven tiempos de cambio y depende de nosotros que esa transformación se dé a favor de la mayoría, y no para que sigan enriqueciéndose las élites que hoy nos oprimen.

El dilema del presidente

El caso de Dení que describe el documental que he mencionado, es sólo uno de miles, para quienes se exige justicia, misma que la Comisión de la Verdad haría posible, pero el 22 de junio la verdad nació muerta por la voluntad del poder.

Es verdar que como persona el presidente Andrés Manuel López Obrador bien puede situarse al lado del pueblo, como lo hace desde sus discursos mañaneros; pero también es verdad que la necia realidad lo pone una y otra vez en su sitio. Difícil situación la del presidente López Obrador quien, al querer cumplir con su promesa de saber la verdad sobre la Guerra Sucia, se puso entre el fusil  y la pared. No olvidemos que el presidente es el jefe supremo  de las fuerzas armadas de México, las mismas que son acusadas de asesinar, desaparecer y violar a miles de mexicanos, hombres y mujeres. 

El presidente encierra en su persona una fuerte contradicción porque  formalmente es juez y parte del crímen cometido. Si el presidente permite que se realicen con éxito los trabajos de la Comisión de la Verdad, entregaría y condenaría a sus subordinados, a las tropas bajo su mando que entonces le perderían la confianza a su comandante supremo; pero por otra parte, si no cumple con su promesa de llegar a  la verdad de lo ocurrido durante la Guerra Sucia, traicionaría al pueblo que dice representar. Difícil el dilema en el que se encuentra el presidente de la llamada Cuarta Transformación.

Me surge entonces la pregunta: ¿Por qué no buscar a los verdaderos responsables? Muchos sabemos, por la historia y la prensa, que los verdaderos culpables fueron ciertos expresidentes y las élites militares bajo la supervisión de las  fuerzas contrainsurgentes de los Estados Unidos de Norteamérica. No se trata de inculpar a las fuerzas armadas en general, no se trata de manchar el honor del soldado mexicano, sino por el contrario, se trata de limpiarlo del oprobio de que también fue víctima al obedecer las órdenes de sus jefes a pesar y contra su voluntad; se trata en resumen, de asumir nuestra soberanía, de castigar a los verdaderos criminales responsables y salvar el honor de nuestras fuerzas armadas.

Todo esto nos debería conducir a una conlusión, debe ser el pueblo por si mismo, sin la andadera del poder establecido, el que marche para encontrar la verdad y construir la sociedad y el gobierno que responda al interés común.